La guerrilla colombiana de las FARC secuestró en Bogotá a un antiguo gerente de un banco estadounidense, llamado David Hutchinson. El secuestro ocurrió el 1 de mayo del año 2002 y Hutchison permaneció en poder de los guerrilleros hasta marzo de 2003, es decir unos 10 meses. Ahora ha comenzado a escribir un libro acerca de la dramática peripecia que le tuvo por protagonista.

No nos detendremos en los detalles del operativo secuestro ni en otros aspectos del relato que hacen a emociones y recuerdos muy personales de Hutchinson. Nos importa, en cambio, subrayar lo que pudo apreciar del movimiento guerrillero durante ese período. Una de sus afirmaciones es que los secuestros no son como los ha mostrado Hollywood en algunas películas: los secuestrados no son héroes: o pagan o los matan, y en algunos casos también son asesinados a pesar de haber cumplido con el pago del rescate.

Muchos de los guerrilleros (dice) son campesinos de 15 años, niños inocentes, analfabetos. Forman grupos para vigilar a los rehenes, y se turnan con los que regresan de combates, a veces baleados, destrozados. Secuestrados y secuestradores realizan largas caminatas en la selva, ya que se sienten muy inseguros: los guerrilleros no se quedan en un mismo lugar sino unos pocos días, pues temen tanto a los satélites espías como a las escuchas telefónicas.

Durante los 10 meses que duró su secuestro, Hutchinson solamente pudo comer arroz y arvejas. No pudo leer ni escribir, como tampoco hablar con gente inteligente. Como los hombres primitivos, vivir en la selva es comer, caminar, mirar el cielo y embrutecerse. No sabía sobre las gestiones para su liberación, de la que se enteró 2 días antes de que lo entregaran a un cura católico, en un pequeño poblado sin soldados ni policías.

Publicar el libro con sus memorias de esos 10 meses no deja de ser un acto valiente. El mismo Hutchinson asegura que el problema del secuestro es que las personas han sido estudiadas, no se olvidan y pueden volver en su busca. Pero igual publicará el libro: y subrayamos el valor que tiene poder hacer conocer la realidad de ese submundo cuya base son niños y adolescentes analfabetos, usados por las cúpulas terroristas.